martes, 28 de marzo de 2017

Por qué es casi seguro que NO vivimos en una simulación (y 2)

Traducción de mi segunda entrada sobre el tema en Mapping Ignorance.
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En la entrada anterior, describí el argumento de Nick Bostrom a favor de la "hipótesis de la simulación" (o sea, la conjetura de que muy, muy probablemente no vivimos en un "mundo real", sino en algún tipo de simulación informática), y terminé ofreciendo algunas dudas escépticas sobre la estructura del argumento comparándolo con la broma de Bertrand Russell sobre si podemos saber si el universo no ha empezado a existir hace justo cinco minutos. Es hora de abordar más directamente el contenido del argumento de Bostrom.
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Seguramente, la principal razón por la que estamos ante un argumento falaz tiene que ver con su propio contenido, más que con su estructura formal. Su razonamiento se basa en una simple extrapolación a partir del progreso histórico de la tecnología; una extrapolación que es bastante naíf: al contrario que Bostrom, mi impresión es que lo que es bastante probable es que el progreso tecnológico no pueda conducir a ciertas situaciones imaginarias simplemente proyectando las tendencias históricas de los últimos siglos o décadas, sino que más bien lo probable es que cada civilización termine su desarrollo tecnológico en una especie de "meseta" a partir de la cual no sea posible un progreso significativamente mayor (aunque, por supuesto, en muchos casos podemos estar todavía muy lejos de las "mesetas" más elevadas). Después de todo, si la tecnología pudiera progresar indefinidamente, el universo debería estar lleno de señales de civilizaciones mucho más avanzadas que la nuestra.
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Mi principal contra-argumento, de todas formas, es que los datos sobre los que se basa la extrapolación de Bostrom relativa al progreso tecnológico son datos sobre nuestro propio mundo. Por tanto, si nuestro mundo no fuese "real", sino una "simulación", entonces no habría absolutamente ninguna razón para pensar que los datos obtenidos de un mundo falso son relevantes y representativos de lo que ocurriría en un mundo real. Si el argumento de Bostrom fuera correcto, eso implicaría que no podemos usar una de las premisas en las que está basado. Por ejemplo, quizá nuestro mundo es una simulación, pero una llevada a cabo en un universo "real" cuyas leyes físicas (quizá muy diferentes de las que pensamos que el nuestro obedece) sólo permiten a los habitantes "reales" de ese universo la posibilidad de crear un número muy pequeño de simulaciones, no un número astronómicamente alto (recuérdese que el argumento de Bostrom no sólo necesita que en el futuro puedan llevarse a cabo algunas simulaciones, sino un número enorme de ellas).
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Confieso que, llegados a este punto, el argumento de Bostrom me recuerda a otro que también critiqué: el argumento del "filtro explicativo" de William Dembski en defensa del "diseño inteligente". La similitud es relevante por una razón fundamental: en ambos casos  la razón por la que el argumento es una falacia es porque se asume que hay sólo tres opciones, cuando en realidad hay muchísimas más. En el caso de Dembski, las opciones era que la vida sólo podía explicarse por "causas deterministas", por "azar" o por "diesño"; en el caso de Bostrom, o bien las simulaciones cósmicas perfectas existen, o son implausibles porque las civilizaciones colapsan necesariamente antes de alcanzar ese estado de desarrollo tecnológico, o bien por algún tipo de tabú cultural que impide llevarlas a cabo. Pero en ambos casos la verdad es que hay muchas otras opciones que estos autores no tienen en cuenta: por ejemplo, las simulaciones cósmicas perfectas puede que sean técnicamente imposibles a secas, sin importar cómo de avanzada tecnológicamente sea una civilización (esto creo que es lo más probable), o pueden ser técnicamente posibles pero los seres simulados que contienen no pueden ser conscientes, o las simulaciones que son posible sno son tan "perfectas" como para ser capaz de replicar todos los detalles posibles (recordemos que el argumento de Bostrom no se refiere a una especie de "matrix" en la que un único sujeto cree vivir en un mundo real, aunque su experiencia está simulada, sino que se refiere a que una civilización ultradesarrollada simula un universo entero para ver qué pasa en él).
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Como digo, sospecho que la opción de que las "simulaciones cósmicas perfectas" son físicamente imposibles es la opción más probable de todas: si una simulación así fuese posible, entonces la gente que habita esa simulación tendría que ser capaz de construir su propio mundo ficticio perfecto (pues si no pudiera, entonces ya habría algo en lo que se diferencian de los seres "reales"), pero entonces la gente de este tercer mundo podrían crear sus propias simulaciones cósmicas perfectas, cuyos habitantes podrían crear otras, etc., etc., etc. Pero parece que hay límites informacionales que impiden que un número de "simulaciones perfectas anidadadas" puedan existir, ya que el mundo "real" oirginario, en el que la primera simulación (y por ende las demás) están siendo implementadas sólo puede dedicar una cantidad finita de recursos a ella, y por lo tanto, la cantidad de información que la simulación contendrá será necesariamente limitada. Las simulaciones cósmicas, por lo tanto, no pueden por principio ser "perfectas" (o sea, dar toda la impresión de que contienen un universo físico "completo", hasta sus últimos detalles), salvo, de nuevo, que las leyes del universo "real" sean tan diferentes a las del nuestro que sencillamente no podamos inferir absolutamente nada sobre todo ello.
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Otra razón por la que es muy dudoso que seamos el producto de una simulación informática es la siguiente: las simulaciones se llevan a cabo normalmente con el objetivo de observar algunos de sus resultados (de hecho, esta es la idea que tiene Bostrom en mente cuando imagina a las futuras civilizaciones construyendo esos mundos simulados). Esto significa que las entidades de las que la simulación está compuesta, o los sucesos que tienen lugar dentro de ella, deben tener alguna conexión física con algo que sea utilizado como un interfaz entre la simulación y los sujetos que la observan desde fuera. Pero las líneas causales de nuestro propio universo parecen estar "cerradas", en el sentido de que ninguna energía ni información puede escapar de nuestro universo para ser transferidas a esa imaginaria "interfaz". Por ejemplo, acontecimientos que hayan ocurrido en un pasado muy lejano y que, a causa de la segunda ley de la termodinámica, no han dejado trazas que permitan conocerlos ahora (p.ej., ¿era macho o hembra el último dinosaurio que murió?), esos acontecimientos no sólo es imposible averiguar ahora si han sucedido o no, sino que tampoco podrían averiguarlos "cuando acaben los tiempos" los creadores de la simulación. Y si los estaban observando "en tiempo real" (si, p.ej., están observándote ahora) entonces para hacerlo deberían haber ejercido alguna interacción física detectable, lo que parece que no se observa de ningún modo. Esta discusión nos lleva, por cierto, a identificar la única forma en la que los defensores de la hipótesis de la simulación podrían realmente intentar verificar su hipótesis: no mediante argumentos lógicos o filosóficos (que siempre son altamente dudosos cuando se refieren a escenarios especulativos), sino mediante la confirmación empírica de que existe alguna interfaz física entre los constructores de la simulación y nosotros.
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Terminaré ofreciendo una última razón para sospechar sobre la validez del argumento de la simulación, una que es probablemente más profunda desde el punto de vista filosófico: la cuestión es que el argumento depende de una concepción muy naíf del conocimiento, al entenderlo meramente como una especie de "representación mental del mundo externo"; esta concepción lleva a plantear la cuestión como si la analogía más relevante consistiera en cómo distinguir un cuadro original de Velázquez, digamos, de una buena copia (la "simulación"). Pero el caso es que el conocimiento no es, en su forma más básica, una "representación", pese a que a veces, o a menudo, utilicemos representaciones con el fin de obtener conocimientos. El conocimiento es más bien un tipo de actividad práctica, material (como respirar, caminar o reproducirse) que llevamos a cabo interactuando con las cosas que nos rodean. La realidad material no es priamriamente algo "externo" que podemos tratar de "conocer" y distinguir de las "ilusiones", sino que es una parte intrínseca de la actividad en la que consiste conocer. El conocimiento es esencialmente "conocimiento incorporado" (embodied), y está formado más por prácticas inferenciales que por representaciones mentales. Incluso la realidad virtual es, en último término, nada más que una porción de nuestro universo material, con la que también tenemos que aprender a interactuar de una manera determinada. Pero esto es parte de otra historia, de la que hablo con mucho más detalle aquí.

viernes, 24 de marzo de 2017

Por qué es casi seguro que NO vivimos en una simulación (1)

Traducción de mis dos últimas entradas en Mapping Ignorance. Esta es la primera.
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Un principio importante de cualquier epistemología social razonable dice que el porcentaje de ideas que son absurdas entre las ideas que suenan absurdas es extremadamente elevado. Naturalmente, un montón de ideas de las que sonaban absurdas han terminado mostrándose acertadas (por ejemplo, la idea de la evolución de especies diferentes a partir de un antepasado común, la idea de que la teirra es un planeta que gira en torno a una estrella, la idea de que la materia está formada por átomos, etc.), pero por cada una de estas "victorias del ingenio contra el sentido común", miles de afirmaciones absurdas han existido y existirá. Esto significa que no te estás comportando como un estúpido reaccionario cuando tildas instintivamente una idea como "estúpida" si ves claramente que contradice al sentido común, sino sólo que tu cerebro está poniendo en práctica un sano escepticismo. Las afirmaciones extravagantes requieren pruebas extraordinarias, y tu escepticismo natural sólo tiene permitido batirse en retirada cuando se empiezan a presentar dichas pruebas.
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Desgraciadamente, bastantes filósofos, en su noble y legítima tarea de poner a prueba los límites del sentido común, han trastabillado a menudo con la recomendación que acabo de poner en negrita, interpretándola más o menos como que "las afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extravagantes". Más de un milenio al servicio de la teología, engendrando una serie inacabable de argumentos extraordinariamente sagaces y sutiles sobre la existencia y las propiedades de dios, de los ángeles, de los demonios, de los santos y de las almas, ha dejado seguramente en algunos de nuestros filósofos más capaces una tendencia imborrable a tomarse un poquitín demasiado en serio algunas conjeturas extravagantes. Tampoco tenemos que olvidar que, en lo que se refiere a cuestiones de hecho, las "pruebas extraordinarias" no pueden provenir más que de hallazgos empíricos, y en especial de la confirmación de predicciones acertadas pero muy implausibles. Un argumento meramente verbal, por muy sofisticado que parezca, no puede nunca servir de algo que no sea una tautología. Por tanto, la probabilidad de que un filósofo apoye una idea-que-suena-absurda sólo porque resulta "sexy", más que porque haya razones válidas para apoyarla, tiende a ser probablemente mayor que lo que imaginas.
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Pido perdón por haber comenzado en un tono tan escéptico, pero creo que es un aviso necesario antes de abordar un tema tan cargado de vehemencia intelectual como el que he escogido para esta entrada. Desde luego, Nick Bostrom o Elon Musk no han sido los primeros en dar popularidad a la tesis de que el mundo que experimentamos puede ser una especie de ficción. En la tradición de la filosofía occidental, tanto Platón como Descartes son famosos por sugerir algo así, el primero con su "mito de la caverna", y el segundo con su "genio maligno". Pero la idea tiene aún una tradición más antigua en Oriente (p.ej., el "velo de Maya"). La popularidad actual de la conjetura de que vivimos en una realidad ilusoria debe mucho, por supuesto, a la creciente industria de los juegos de ordenador y a los aparatos de realidad virtual, así como a su difusión en películas como Matrix o Desafío total. Podríamos decir que, hacia el principio de este siglo, el mundo estaba maduro para recibir algún intento de dignificación intelectual de esta moda. ¿Y qué podría ser mejor que una prueba lógica o matemática? Por supuesto, si tenemos en cuenta que gran parte de la audiencia potencial de este argumento son friquis de la tecnología, ese tipo de prueba será mucho más aceptable que un balbuceo cuasi-ininteligible sobre la ontología de los simulacros elaborado por un pedante filósofo continental. Nick Bostrom, por entonces un joven y prometedor filósofo analítico con una fuerte base lógica y matemática, tuvo éxito en proporcionar justo lo que el mundo estaba esperando.
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El argumento de Bostrom, muy resumido, es el siguiente. O bien es extraordinariamente improbable que la humanidad (u otra forma de vida inteligente) evolucione hasta alcanzar la capacidad de crear "perfectas simulaciones cósmicas" (quizá porque tiendan a extinguirse antes de ello), o bien existe algo (un tabú cultural, p.ej.) que impedirá llevar a cabo esas simulaciones, o bien las dos hipótesis anteriores son falsas y por tanto, en algún momento futuro, alguna civilización lo suficientemente sofisticada decidirá implementar un número astronómico de tales simulaciones. Parece que las dos primeras hipótesis pueden ser descartadas como muy implausibles, consideradas como leyes sin ninguna excepción, y por lo tanto es prácticamente seguro que, en algún momento de la historia del universo, alguna civilización alcanzará la capacidad de realizar "perfectas simulaciones cósmicas" casi sin límite (pensemos, p.ej., en ordenadores cuánticos, cuyos bits capaces de llevar a cabo trillones de operaciones simultáneamente), tal vez con el objetivo de "observar" y "experimentar" lo que sucede en dichas simulaciones, o tal vez por pura diversión. Ahora bien, esto implica que, si existen o existirán billones de universos perfectamente simulados, la probabilidad de que el universo que estamos observando sea "real" es ridículamente pequeña en comparación con la probabilidad de que sea uno de esos billones de simulaciones.
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Antes de entrar a analizar los pasos de esta argumentación, te invito a reflexionar sobre un argumento algo parecido. Como dijo una vez Bertrand Russell, es estrictamente imposible refutar la conjetura de que el mundo ha empezado a existir hace justo cinco minutos en el estado en el que se encontraba en ese preciso momento. ¿Implica esto que es igual de probable que el universo observable haya comenzado a existir hace justo 5 minutos, y que haya comenzado a existir en el Big Bang, más o menos hace 13.500 millones de años? Quizá estés tentado a responder que no, pero imagina que, en vez de considerar sólo esas dos opciones, producimos una serie astronómicamente grande de conjeturas alternativas: que el mundo haya empezado a existir hace 5 minutos, o hace 5 minutos y un nanosegundo, o hace 5 minutos y dos nanosegundos, etc., etc. Hay un número astronómicamente alto de posibles momentos en los que el mundo podría haber empezado a existir "tal como era entonces", y por lo tanto, parece que la conjetura de que empezó a existir justo en el Big Bang tiene una probabilidad microscópicamente baja de ser verdadera.
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Nuestra inteligencia se retuerce (con buenas razones) contra esta conclusión, porque la enorme magnitud del número de conjeturas estúpidas que hemos producido artificialmente no hace que cada una de ellas sea ni un microgramo menos estúpida de lo que era cuando sólo teníamos dos conjeturas (una de ellas estúpida, y la otra no). Y la combinación de un número astronómico de conjeturas estúpidas parece que no deja de ser bastante estúpida. Pensamos, simplemente, que es extremadamente más probable que el universo observable empezara a existir con el Big Bang, que no que empezase a hacerlo en cualquier momento posterior "tal como era justo entonces". Y nuestra principal razón para pensar así es que las leyes de la física no tendrían mucho sentido en caso contrario.
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Espero que este último argumento sirva para quitarle un poco del encanto a la "magia de los grandes números" en la que la tesis de Bostrom quiere fundamentarse. En la próxima entrada ofreceré contra-argumentos más detallados, relacionados con el contenido de las premisas del de Bostrom.
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Sigue aquí.