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Os dejo el podcast del programa de hoy en "Futuro Abierto", de Radio Nacional de España, en el que hemos debatido la situación actual de la Filosofía en nuestro país.
domingo, 29 de enero de 2017
lunes, 23 de enero de 2017
Cómo no defender las humanidades: 2, algunas reacciones
Enlazo en esta entrada algunas de las reacciones que han aparecido hasta ahora a mi artículo de El País "Cómo no defender las humanidades", del pasado 6 de enero. Un artículo que, quién me lo iba a decir, me hizo ser trending topic en twitter por unas horas del día de Reyes, y sin que tuviera nada que ver con Regalo de Reyes.
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Las opiniones publicadas hasta ahora son, como puede comprobarse, casi todas ellas bastante críticas con el artículo, en contraposición a las muchísimas opiniones positivas que otras personas me han transmitido personalmente.
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Los caballeros, el decano y las humanidades (Javier Cercas, El País Semanal)
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Dialéctica y Analogía.
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Humanidades (Manuel Cruz, carta El País)
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Cómo defender las humanidades (facebook de F. Broncano)
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Blog de Amalio Rey.
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Athene blog (Red Española de Filosofía)
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Cuarto Poder (I)
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Cuarto Poder (II)
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Rebelión
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Antes de las cenizas.
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Acento
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Las opiniones publicadas hasta ahora son, como puede comprobarse, casi todas ellas bastante críticas con el artículo, en contraposición a las muchísimas opiniones positivas que otras personas me han transmitido personalmente.
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Los caballeros, el decano y las humanidades (Javier Cercas, El País Semanal)
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Dialéctica y Analogía.
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Humanidades (Manuel Cruz, carta El País)
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Cómo defender las humanidades (facebook de F. Broncano)
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Blog de Amalio Rey.
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Athene blog (Red Española de Filosofía)
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Cuarto Poder (I)
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Cuarto Poder (II)
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Rebelión
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Antes de las cenizas.
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Acento
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viernes, 6 de enero de 2017
Cómo no defender las humanidades
Os copio el artículo que me han publicado hoy en El País.
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Cómo no defender las humanidades
Jesús Zamora Bonilla
“Soy amigo de
Platón, pero más amigo de la verdad”, dicen que murmuraba Aristóteles cuando exponía
los argumentos con los que demostraba que las teorías de su maestro, cuya
Academia había sido su hogar durante veinte años, eran inaceptables. La frase
acude a mi conciencia casi cada vez que me cruzo en los últimos tiempos con algún
alegato “a favor” de las humanidades. Es comprensible, hasta cierto punto, que
muchos de los que nos dedicamos a estas materias veamos con preocupación cómo
el interés del público y de los políticos por la filosofía, la historia, la
lingüística o la literatura parece que decae más y más; cómo las reformas
educativas a todos los niveles parece que las van arrinconando sin remedio; cómo
las voces de los intelectuales parecen cada vez menos influyentes en la sociedad;
o cómo los conocimientos humanísticos y la capacidad de expresarse de los
titulados universitarios parecen menguar a pasos agigantados. He modulado cada
una de estas cosas con un “parece” porque no tengo claro que esas tendencias
existan realmente, o sean más bien un ejemplo banal del síndrome de Jorge
Manrique (ya saben, aquello de “cómo, a nuestro parescer, / cualquiera tiempo
pasado / fue mejor”), combinado con la experiencia histórica del primer acceso
masivo de la población a los niveles menos elementales de la enseñanza. Pero, a
falta de datos ciertos sobre esta cuestión, el caso es que no deja de
rechinarme el ver la continua procesión de falacias que vemos desfilar un día
sí y otro también “en defensa” de las humanidades, falacias cometidas en
general por quienes precisamente deberían ayudarnos a pensar con rigor. No es
este el lugar para hacer un examen exhaustivo de tales falacias, así que me
limitaré a señalar algunas de las que me parecen más significativas, y dejaré
para otra ocasión la exposición de razones más sensatas (que las hay) por las
que es bueno que las humanidades formen parte del sistema educativo y del
tejido social.
La formación humanística es un pilar de la
democracia. Me temo que casi todos los grandes nombres de la historia de la
filosofía habrían levantado la ceja con asombro al escuchar algo así, pues casi
ninguno de ellos consideró que la democracia (en nuestro sentido de completa
igualdad de derechos, sufragio universal, concurrencia de partidos políticos,
etc.) fuese algo distinto de una pésima idea. Además, a lo largo de la historia,
la educación humanística, durante muchos siglos sinónimo de “educación” a secas,
ha sido más bien un instrumento para la diferenciación social de las élites
económicas, todo lo contrario de una herramienta de emancipación. Resulta
curioso que saber historia, filosofía, literaturas clásicas..., algo que, desde
la Grecia antigua hasta hace más o menos un siglo se practicó más bien como un
privilegio de caballeros y como una garantía de que esos mismos caballeros iban
a ser los que tuvieran la sartén por el mango, haya pasado a considerarse de la
noche a la mañana como un mecanismo que garantiza por arte de magia el feliz funcionamiento
de las sociedades democráticas.
El conocimiento de las humanidades contribuye
a nuestra realización como personas. No niego que disfrutar de la
literatura, de la historia o de la filosofía supone una de las grandes fuentes
de placer que los humanos podemos experimentar, ni que ese disfrute, como
muchos otros, requiera un cierto entrenamiento cuyas penalidades no dejan
adivinar a veces las delicias que se ocultan tras ellas. Pero conozco a
muchísimas personas que nos dedicamos a estos temas y puedo asegurar que no
somos, en media, ni un poquitín menos imbéciles en nuestra vida privada y
pública que los que no tienen la suerte de hacer de aquel disfrute la parte
principal de su trabajo, ni somos tampoco más felices, en el fondo, que el
resto de quienes gozan de un nivel económico y social parecido al nuestro. Y
tampoco sé de mucha gente para la que haber recibido a regañadientes nada más
que un pequeño barniz humanístico en el colegio o en el instituto haya supuesto
la condena a una vida de miserable infelicidad y alienación, que se habría
evitado con unas pocas lecturas más de Kant, de Homero o de Rousseau.
La enseñanza de las humanidades hace que
tengamos una ciudadanía más crítica, y por eso la quieren eliminar, sustituyéndola
por saberes economicistas. Quizá me falle la memoria, pero juraría que la
mayor parte de lo que se estudia en la primaria, la secundaria y el
bachillerato son (tal vez en un sentido laxo) “humanidades”, además de que las
asignaturas “de ciencias” son enseñadas en general como “cultura científica” o como
meros “saberes teóricos”. Vamos, que no recuerdo de mis muchos años de
estudiante ni de profesor que en la escuela (ni en la universidad, salvo
excepciones) se enseñe principalmente “a ganar dinero”, ni siquiera a gastarlo.
En particular, durante décadas hemos tenido en España, en comparación con otros
países, una cantidad no pequeña de asignaturas filosóficas en la educación
secundaria (cantidad que la malhadada ley Wert
se ha esforzado a conciencia en cercenar); y también creo recordar que nuestro
país es uno de los que tienen una mayor proporción de titulados en filosofía. Si
fuese verdad que la enseñanza de estas materias contribuye de manera decisiva a
tener ciudadanos reflexivos y críticos más que consumidores pasivos o simples
adoradores del dinero, la población española actual debería ser la menos
consumista del planeta, y estar abarrotando las bibliotecas y librerías, algo
que me parece que no sucede. Quizá resulte que hemos tenido muchas horas para
enseñar a los jóvenes lengua, literatura, historia, filosofía, etc., pero lo
hemos hecho tan rematadamente mal que los pobres chavales se han aburrido como
ostras. Y esta posibilidad también me hace no tener muy claro que dedicar
simplemente más horas a esas materias fuese a mejorar mucho la situación.
La educación no debe tener como objetivo la
empleabilidad, y por eso el Estado debe crear muchísimos más empleos para los
titulados en humanidades. En fin, pienso que esta falacia se comenta ella
sola.
Como decía más
arriba, mi denuncia de estos malos argumentos no implica ni mucho menos que
esté en contra de la enseñanza de las humanidades, ¡ni mucho menos! Pero creo
que quienes las tenemos como profesión deberíamos afinar bastante más las
razones por las que tienen que defenderse, y las condiciones en las que su
enseñanza tendrá los efectos más deseables. Quede este asunto para otra
ocasión.
domingo, 1 de enero de 2017
Un día dura 48 horas
En efecto, eso es lo que dura el día de hoy, por ejemplo, uno de enero de 2017, como habréis podido comprobar viendo las cansinas noticias sobre la llegada del año nuevo a diversas partes del mundo.
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El día 1 de enero llegó "ayer" a la ciudad de Naukan (en la costa siberiana del estrecho de Bering) cuando en Madrid eran todavía las 13h del 31 de diciembre. Pero a estas horas, cuando escribo esta entrada, aún le faltan un par de horas para llegar a la ciudad de Gales, en la costa americana del mismo estrecho, justo al otro lado de la línea internacional de cambio de fecha. Las 24h del día 1 de enero de 2017 llegarán a (ese) Gales cuando en Madrid sean las 13h del 2 de enero.
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Por lo tanto, ha sido 1 de enero de 2017 en algún punto de la superficie terrestre durante 48 horas seguidas: desde las 13 h (de Madrid) del 31 de diciembre de 2016 a las 13h (de Madrid) del 2 de enero de 2016.
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Pero claro, no hace falta estar pisando la superficie de la tierra para que sea la hora que es en el reloj de uno. Podríamos, por ejemplo, habernos subido a un avión en Naukan cuando allí comenzó el 1 de enero, y haber viajado de este a oeste con la velocidad justa para aterrizar en Gales (Alaska) cuando allí está acabando el 1 de enero. Si hacemos eso, habremos estado 48 horas seguidas disfrutando el día 1 de enero.
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El día 1 de enero llegó "ayer" a la ciudad de Naukan (en la costa siberiana del estrecho de Bering) cuando en Madrid eran todavía las 13h del 31 de diciembre. Pero a estas horas, cuando escribo esta entrada, aún le faltan un par de horas para llegar a la ciudad de Gales, en la costa americana del mismo estrecho, justo al otro lado de la línea internacional de cambio de fecha. Las 24h del día 1 de enero de 2017 llegarán a (ese) Gales cuando en Madrid sean las 13h del 2 de enero.
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Por lo tanto, ha sido 1 de enero de 2017 en algún punto de la superficie terrestre durante 48 horas seguidas: desde las 13 h (de Madrid) del 31 de diciembre de 2016 a las 13h (de Madrid) del 2 de enero de 2016.
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Pero claro, no hace falta estar pisando la superficie de la tierra para que sea la hora que es en el reloj de uno. Podríamos, por ejemplo, habernos subido a un avión en Naukan cuando allí comenzó el 1 de enero, y haber viajado de este a oeste con la velocidad justa para aterrizar en Gales (Alaska) cuando allí está acabando el 1 de enero. Si hacemos eso, habremos estado 48 horas seguidas disfrutando el día 1 de enero.
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