martes, 17 de mayo de 2022

Por qué la renta básica salvará el capitalismo

El capitalismo está muriendo. Es la enésima vez que se ha declarado su defunción, aunque luego siempre ha resultado que el muerto estaba muy vivo y con energía más que renovada. Los achaques con los que ahora se le diagnostica un próximo final no son tampoco nuevos: incremento de la desigualdad social, desempleo masivo, catástrofes medioambientales y sanitarias, crisis financieras y empresariales... ¿Sobrevivirá el capitalismo a los retos existenciales que le está planteando el siglo XXI, y que tantas voces anuncian esta vez como letales sin remedio? Entre los agoreros, no son pocos los que imaginan que el sistema económico basado en la libre empresa está abocado a ser sustituido por alguna revolución que instaure en su lugar un proceso de distribución completamente diferente: la renta básica, un ingreso universal garantizado de por vida por el Estado, y suficiente para vivir con dignidad sin necesidad de someterse a la esclavitud del mercado. Soy optimista sobre la renta básica: estoy bastante convencido de que será una bendición, y de que antes de que termine el siglo se habrá implantado en numerosas zonas del mundo. Pero tampoco tengo dudas de que no supondrá en absoluto “el final del capitalismo de libre mercado”, sino más bien su salvación (quizás, incluso, su consumación), y de que, allí donde se ponga en marcha, no será como resultado de alguna revuelta popular, sino más bien como una exigencia de los poderes empresariales y financieros, que verán en ello la mejor forma de defender sus intereses. El capitalismo ha muerto: larga vida al capitalismo.
Que alguien como Milton Friedman fuese, hace más de cincuenta años, uno de los primeros en avocar por esta herramienta de redistribución (él lo llamaba “impuesto negativo sobre la renta”) ya debería hacer sospechar, a muchos de quienes proponen la renta básica desde la izquierda, que no se trata de una medida intrínsecamente anticapitalista, sino todo lo contrario. Por supuesto, hay muchas variedades de renta básica para elegir, pero lo más probable es que las que terminen instaurándose conduzcan a un fortalecimiento, más que a una reducción, del sector económico privado, y ello no tanto porque, como decía, el sistema se acabe implantando desde la iniciativa del “gran capital”, sino porque será la única forma de que la renta básica sea viable: con un sector privado reducido a magnitudes raquíticas, el resto de la economía no tendría el músculo suficiente como para generar unos ingresos dignos para toda la población.
La pregunta que muchos se estarán haciendo es, sin duda, la siguiente: si la renta básica consiste en “dinero a cambio de nada” (Money for nothing, que decían los Dire Straits) ¿cómo va el “capitalismo” a establecer un sistema tan radicalmente contrario a su esencia, que consiste en pagar a cada uno exclusivamente por lo que produce (ya sea él mismo, o los activos de los que es propietario)? Por una parte, esto no sería ninguna sorpresa desde el punto de vista histórico, pues en muchas otras ocasiones el “capitalismo” ha aceptado, y hasta impulsado, sistemas de intervención pública “no capitalistas”, tales como la seguridad social, el impuesto sobre la renta, o la educación y sanidad universales. Por otra parte, la renta básica (me refiero a la versión que, en mi opinión, acabará siendo “la realmente existente”) podemos verla como un procedimiento por el que una buena parte de la actividad económica del sector público volverá a ser absorbida por el sector privado. Fijémonos: si cada uno recibe con total seguridad, independientemente de si trabaja o no,  un ingreso mínimo suficiente para vivir con dignidad, el Estado podría suprimir de un plumazo y en su totalidad cosas como la mencionada seguridad social, las prestaciones de desempleo y otras muchas transferencias de carácter humanitario. Los liberales más acérrimos también sueñan con la eliminación de la sanidad y la educación públicas, aunque esto creo que es más difícil que suceda de manera radical. En cambio, muy probablemente otras actividades, que ahora sobreviven de manera muy importante gracias a subvenciones públicas (p.ej., la cultura, algunas industrias y sectores poco competitivos, etc.), dejarán también de ser financiadas desde la administración y pasen a depender casi completamente de los ingresos privados... y del trabajo no remunerado que muchos estarán encantados de realizar en ellas. Además, casi toda la legislación laboral tendente a proteger a los trabajadores en sus puestos se volverá innecesaria, lo que hará que el mercado del trabajo sea mucho más flexible y eficiente. En cierto sentido, la implantación de la renta básica por parte de gobiernos conservadores recordará a lo que sucedió con la eliminación del servicio militar obligatorio: una vieja reivindicación de la izquierda, ¡que acabó siendo llevada a cabo por políticos de signo contrario! Al fin y al cabo, si a los jóvenes no les gustaba hacer la “mili”, los propios jefes militares también preferían una milicia profesional a una chavalería desmotivada. En el caso de la renta básica, sospecho que sucederá algo parecido: liberados de mecanismos como el salario mínimo o la indemnización por despido, empresarios y trabajadores tendrán más libertad para ofrecer y aceptar aquellos empleos que sean realmente ventajosos para ambas partes. Los trabajadores, además, tendrán en general menos estrés y serán por ello bastante más productivos.


        La renta básica tiene también algunas virtudes que la hacen muy interesante desde el punto de vista económico. Por ejemplo, contiene en sí misma un “estabilizador automático”: si la cuantía del ingreso mínimo no se modifica, entonces, cuando demasiada poca gente opte por trabajar, eso hará que la producción total disminuya, y por tanto, que aumenten los precios de los bienes, de modo que la renta permitirá comprar una cantidad menor... lo cual incentivará a mucha gente a buscar un trabajo que complemente sus ingresos. Tampoco hay que temer, creo yo, que la mayor parte de la población vaya a optar por dedicarse exclusivamente a actividades no remuneradas durante periodos muy largos: la renta básica te garantizará una vida “digna” (no te desahuciarán, no te cortarán la luz, podrás llenar la nevera...), pero casi todo el mundo aspira a muchas otras comodidades si el sistema le permite conseguirlas, y además el trabajo es en sí mismo una fuente de satisfacción y realización personal a la que la gente no estará dispuesta a renunciar. En definitiva, un sistema de renta básica universal, con un sector público relativamente pequeño y un potentísimo sector privado, será con toda probabilidad el “estadio final”, y me aventuro a decir que perpetuo, del capitalismo. La renta básica es el futuro, y precisamente por eso conviene que hablemos mucho sobre ella en los próximos años, sea cual sea nuestro lugar en la escala ideológica.

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