domingo, 26 de marzo de 2023

Invitación al disparate

Publica mi habitual y antiguo interlocutor David Cerdá una reseña muy crítica sobre mi nuevo libro La nada nadea, al que califica nada menos que como "disparate". Sabía desde hace una década que nuestras posiciones filosóficas están bastante alejadas, pero no me esperaba, sinceramente, que, tratándose de una persona moderada y cordial, fuese ha pergeñar una embestida tan chusca y ofensiva como la que acaba de publicar. He comentado en tuíter mis sospechas de que la aparición de mi libro le ha debido parecer a David un regalo del cielo, en la forma de personificación de todos los males que él anda combatiendo como filósofo-cruzado en sus últimas obras, y ha encontrado en mi humilde publicación la oportunidad de tomarla como un monigote de feria al que vapulear, como el Judas de trapo y paja que en muchas poblaciones los fieles chamuscan y apalean a la salida de misa el Domingo de Resurrección.

Por desgracia para David y sus feligreses, cualquier parecido entre los argumentos que él ataca (y que imagina que son los míos) y los que yo presento en La nada nadea es casi siempre inexistente, o como máximo, tan solo caricaturesco. El artículo de David es, de esta forma, un paradigma de la bien conocida falacia del hombre de paja. (Que los argumentos en su artículo no iban a ser muy finos lo empieza uno a vislumbrar cuando, ya en el final del primer párrafo, el autor suelta eso de que "la frase 'dios no existe' es absurda, y el ateísmo un imposible"... pero bueno, prescindamos de esta cuestión).

En realidad, el artículo de David se centra en una sola de las muchas cuestiones tratadas en La nada nadea (aunque, eso sí, seguramente la más importante de todas): la falta de objetividad de los valores morales, que a mi oponente le parece una tesis no solamente disparatada, sino sobre todo peligrosísima. En resumen, David intenta defender el realismo moral de los peligros que traería el relativismo ético. Por desgracia, el autor no parece considerar necesario mostrar qué fallos puede haber en los argumentos con los que yo defiendo el relativismo, sino que se limita casi siempre a poner de manifiesto lo espantoso que sería aceptarlo. Esto, por ejemplo, le lleva a hacerme decir cosas que una lectura verdaderamente atenta de mi libro le habría indicado que no son las cosas que yo afirmo. Veamos unos cuantos casos:

Por ejemplo, afirma David: "para el autor solo es libre el albedrío que es «autodeterminado», esto es, aquel en el que los demás y el azar tienen efecto nulo. Es solo una libertad disparatada (inhumana) lo que no tenemos." Aparte del burdísimo error de identificar la "autodeterminación" con la idea de que el efecto de factores externos a nosotros sea "nulo" (cuando lo que en realidad quiere decir la noción de autodeterminación es solo que el efecto de esos factores no puede ser "total"), lo más lamentable es que mi crítico debió de saltarse los párrafos en los que yo afirmaba cosas como las siguientes "En realidad, la noción de libertad cuya existencia voy a negar en este capítulo es un concepto muy abstracto, filosófico y restringido... No negaré, por tanto, la libertad humana en otros sentidos que pueden ser muy relevantes", y justo a continuación "la libertad que voy a argumentar que no existe ni puede existir es lo que los filósofos suelen llamar «libre albedrío», o como podemos también denominarlo, libertad en sentido metafísico (pues es una suposición sobre la esencia última e inobservable de nuestro yo). Como decía más arriba, este libre albedrío no consiste en que tengas más o menos opciones entre las que elegir, sino en el supuesto hecho de que tu elección entre dichas opciones posee las siguientes características: a) que podrías haber elegido una opción diferente a la que de hecho has elegido, y b) que tu elección ha sido autodeterminada, o sea, que tú has sido el causante y responsable último de haber tomado esa decisión, que nada te ha forzado a ello, ni siquiera el azar. Insisto, mi negación del libre albedrío no significa que pongamos en duda de ninguna manera que los seres humanos tomemos decisiones o hagamos elecciones voluntarias (de hecho, la mayoría de los animales lo hacen también, con las limitaciones de sus propias capacidades cognitivas y orgánicas); lo único que negaré es: 1) que tales elecciones habrían podido ser distintas, exclusivamente por nuestra voluntad, de como de hecho han sido, y 2) que haya algo en nuestro yo que podamos considerar como la «causa última y autónoma» de que la decisión haya sido la que fue" (La nada nadea, pgs. 173-174). Entiendo que a David el libre albedrío "metafísico" le pueda parecer tan quimérico como a mí (aunque en su caso, por razones distintas, ya que no ha entendido el significado de "autodeterminación"), pero, si tan mal le parece que mis argumentos en defensa del relativismo se basen en mi crítica al libre albedrío, diríase que lo lógico habría sido ver qué hay de malo en esos argumentos sobre el libre albedrío, en vez de limitarse a despreciarlos. Si resulta que yo tengo razón en la tesis de que el libre albedrío "metafísico" no existe porque nuestras decisiones no dependen en último término de nosotros y son, por tanto, inevitables para nosotros, entonces eso deja su realismo moral en una tesitura argumental muy inestable (pues, aunque fuese verdad que hubiera acciones intrínsecamente buenas o intrínsecamente malas, si nuestra decisión de hacer una u otra ha sido en realidad inevitable, ¿qué mérito o demérito moral tenemos por haber elegido el bien o el mal?). Y si no tengo razón, pues lo lógico habría sido dedicar el artículo a mostrar por qué no la tengo (por qué es verdad que tenemos ALGO de autodeterminación, que es lo que mis argumentos niegan). En realidad, el argumento de David en este punto viene a reducirse a lo siguiente: "Queridos lectores, aquí Jesús se mete en un lío filosófico que no merece la pena que os esforcéis en entender porque -confiad en mí- es una bobada que no lleva a ningún sitio".

Sigue diciendo David: "El autor niega realidad alguna precisamente a aquello de lo que tenemos tantísimos juicios e investigaciones. «No existen las verdades morales», afirma, «los valores éticos son siempre relativos y subjetivos», de modo que afirmar que la violación está mal sería un caso de —erróneo— realismo ético. Según parece, existe el realismo cromático —«la silla es roja»—, pero no el realismo moral —«violar a un ser humano es malo»—". Bueno, yo no digo que el realismo moral "no existe"... solo digo que es falso. Pero no sé de dónde se saca David la idea de que para mí sí que "existe el realismo cromático" (o de que el realismo cromático sí que es verdadero), ¡pues se trata precisamente del mismo tipo de argumento! Ciertamente, esto no es algo que haya defendido yo en este libro, por lo que es comprensible que David no atisbe la posibilidad de que lo que yo piense sobre el "realismo cromático" (y creo que lo que pensará él mismo, a poco que reflexione) sea en realidad algo muy semejante a lo que pienso sobre el "realismo moral": ¡pues claro que los colores -entendidos como nuestras sensaciones de color- son meramente subjetivos, y no existen en la realidad "objetiva" que está "fuera de nosotros"!. La silla, evidentemente (a poco que sepamos de física), no es roja en el sentido de que en sí misma no está coloreada con esos tonos que nosotros percibimos al mirarla. Es más, no hay absolutamente ninguna forma de averiguar si los tonos con los que la veo yo son los mismos, o siquiera son parecidos, a los tonos con los que la ves tú. Lo que existe objetivamente son unas ciertas moléculas en la superficie de la silla, que tienen la propiedad física de reflejar las ondas electromagnéticas de determinadas longitudes de onda, pero ni esas moléculas ni esas ondas poseen la cualidad sensorial del "tono rojo" que aparece en nuestra percepción subjetiva. Una vez te das cuenta de esto, la idea de que nuestra sensación de indignación 
al contemplar lo que consideramos "una injusticia intolerable" quizás, quizás, a lo mejor, es algo igual de subjetivo que nuestra sensación de color rojo al ver la sangre que sale de la víctima. Naturalmente, nuestra visión es como es porque producirnos esas sensaciones nos resulta evolutivamente útil, y nuestro equipo neurológico dedicado a generar en nosotros sensaciones morales es como es, también porque ha resultado evolutivamente útil a la especie. Pero ESO ES TODO. La evolución también habría podido funcionar haciéndonos percibir el rojo con el tono con el que vemos el verde, y viceversa. Y la evolución también habría podido funcionar haciéndonos sentir moralmente indignados por cosas diferentes a las que de hecho nos sentimos (en realidad, y como David no puede ignorar, los humanos nos sentimos indignados por cosas extraordinariamente distintas... eso sí, todos convencidísimos de que nuestros sentimientos morales son los que son correctos, y no los de los demás). Me permito volver a citarme con cierta extensión, en un párrafo de esos que David seguramente se saltó: "El realista moral tiene seguramente la tentación de pensar que, si nuestra capacidad para experimentar sentimientos morales es una propiedad natural de nuestros cerebros, lo más seguro es que esa propiedad haya evolucionado mediante la selección natural, y, por lo tanto, esa capacidad debe de ser algo que permitió a nuestros antepasados estar mejor adaptados a su entorno. Y no hay ninguna duda de que fue así. Pero de nuevo, esto no significa que las opiniones morales en concreto que tenga cada persona tengan que ser objetivamente correctas. Lo que nos da una ventaja adaptativa es tener la capacidad de hacer juicios morales, seguramente porque eso contribuye a un funcionamiento, digamos, más «lubricado» de las relaciones sociales; pero sospecho que, para que se dé este efecto, lo más importante es el hecho de que los miembros de una sociedad compartan algunos juicios morales básicos, más bien que el hecho de cuáles sean los juicios morales que comparten: por eso en unas sociedades predominan ciertas ideas morales y en otras sociedades, otras" (pg. 215). 


El realismo moral de David Cerdá es, en el fondo, un realismo moral bastante ingenuo, parecido al de quien argumenta a favor de la existencia del "mundo externo" dándole una patada a una piedra. La estrategia recuerda tiernamente al chiste de aquel pueblerino que decía "No sé por qué se empeñan los franceses a llamarle a esto fromage, ¡cuando es tan obvio que es un queso!". A David los hechos morales le parece que están ahí, como algo autoevidente, y no es capaz de imaginar maneras más sofisticadas de defenderlo que la de gritarlo muy fuerte y dando manotazos en la mesa, y por supuesto, tampoco parece capaz de entender los abundantes y sofisticados argumentos que los filósofos llevamos siglos acumulando en contra de ese realismo moral ingenuo. No niego que hay posturas filosóficas bastante elaboradas intelectualmente que ofrecen defensas inteligentes (aunque inviables) de un realismo ético refinado (es de hecho el negocio al que han solido dedicar casi la mitad de su trabajo la mayoría de los grandes filósofos de la historia), pero en el artículo de David, por desgracia, no hay rastro de argumentos de ese nivel de sofisticación.

Posiblemente, lo más sofisticado de su argumentario es cuando David compara (muy razonablemente) los juicios morales con los juicios fácticos, para señalar que en el caso de estos últimos tampoco suele haber algo así como una "justificación absoluta", y no por ello caemos en un anti-realismo sobre los hechos. La respuesta más obvia es que, como David sabrá, muchos filósofos que llegan a ese extremo, y niegan la objetividad de cualquier clase conocimiento (no necesariamente concluyendo que "toda opinión da igual", sino sobre todo señalando que incluso nuestras mejores creencias de hoy en día las verán en el futuro como aproximaciones bastante burdas). Yo no soy tan relativista (aunque tampoco tan anti-relativista), sino que pienso que en cuestiones relativas a los hechos suele existir una verdad objetiva que podemos averiguar o pensar equivocadamente que la hemos averiguado (por ejemplo, "la tierra es aproximadamente esférica", "Napoleón invadió España")... lo que afirmo es que, entre esos hechos sobre los que puede establecerse claramente una diferencia entre "estar muy seguro de que lo que uno piensa sobre ellos es verdad" y "que el hecho mismo sea verdad, independientemente de lo que la gente piense sobre él"... entre esos hechos no están los "hechos morales", por muy autoevidente que a alguien le parezca que algo es un queso y no un fromage, o que una violación está mal. Para pensar sobre estos temas, lo que tenemos que hacer es tener claro que no es lo mismo, por una parte, el juicio, sensación o pensamiento, siempre subjetivos, que alguien está teniendo sobre una cosa ("la violación me parece moralmente horrible"), y por otra parte, el hecho de que nuestro juicio sea objetivamente correcto ("la violación es moralmente horrible, aunque a algunos les parezca que no"). La pregunta filosófica es: ¿cómo podemos averiguar si además de parecernos terriblemente mal, eso está realmente mal? O más sofisticadamente aún: ¿necesitamos la hipótesis de que las cosas están objetivamente bien o mal, para explicar por qué nos parece (y con la intensidad que nos parece) que las cosas están bien o mal? El principal motivo por el que acepto que los hechos no-morales son objetivos es porque la conjetura de que las cosas son de cierta manera (no necesariamente tal como yo las percibo) es una conjetura que permite explicar bastante bien por qué las percibo como las percibo (digamos: el funcionamiento de las ondas electromagnéticas y de mi sistema nervioso me permite explicar bastante bien por qué veo las cosas como las veo, aunque no sean exactamente como yo las veo). En cambio, en el caso de los juicios morales, la conjetura de que las acciones están intrínsecamente bien o mal en sí mismas, independientemente de cómo nos parezcan a cada uno, no consigue desempeñar ningún papel relevante en ninguna explicación científicamente razonable de por qué nos parecen como nos parecen. Es decir, esa conjetura que llamamos "realismo moral" (la hipótesis de que las acciones son intrínsecamente buenas o malas, con independencia de cómo nos lo parezcan), es una conjetura superflua, de la que podemos prescindir (al explicar por qué esas acciones nos parecen como nos parecen). Dicho de otro modo, no hay ninguna vía causal objetivamente determinable que vaya desde la causa que podemos llamar  "la existencia objetiva del bien y el mal" hasta el efecto "a fulano le parecen bien o mal tales o cuales cosas", como sí la hay desde "tal cosa tiene tal configuración electrónica en su superficie" a "fulano percibirá esa cosa de tal o cual manera". Por tanto, el realismo moral es una hipótesis superflua, por muy autoevidente que les parezca a David, a sus palmeros, y quizás a la mayoría de la gente.

Y con esto llegamos a la falacia más burda y fastidiosa que comete David (y la causa, seguramente, de lo malísimo y peligrosísimo que le parece lo que él se imagina que es mi "nihilismo"): la injustificable confusión del relativismo ético (como postura filosófica que dice que los hechos morales no existen, sino que solo existen nuestras actitudes morales) con la tesis, absolutamente diferente, de que a los nihilistas o relativistas nos parece todo igual desde el punto de vista ético. Cito a David por extenso: "al parecer, un nihilista no es capaz de conectar una cuchilla y una niña aterrada de siete años con lo que hace que la vida sea justa, digna; el asunto es solo «una mera diferencia en las preferencias subjetivas». A pesar de ser positivista y naturalista, un nihilista no sabe nada del placer y el dolor, ni qué son el miedo, el estrés o la angustia; ahí se olvida. Que la ablación esté bien o mal, se nos dice, tiene el mismo sustento —la misma objetividad— a que prefieras el helado de vainilla al de chocolate, y «demostrar que el Holocausto fue objetivamente malvado es imposible» (sic)". Y algo más adelante: "El nihilismo no es solo científicamente descabellado; también carece por completo de compasión". La necia y grosera falacia que comete David aquí es la de concluir, sin absolutamente ninguna razón, que a mí no me parecen igual de mal las cosas que a él le parecen mal. El argumento es tan estúpido como el de aquel personaje de Dostoievski según el cual "si Dios no existe, todo está permitido". David vendría a reformularlo como "si los valores morales no existen objetivamente, entonces todo está permitido"... Pero no por ser fruto de uno de los más grandes escritores el argumento es una pizca de válido: el nihilismo no dice que "todo está permitido" (porque eso querría decir que "está moralmente bien permitirlo todo"... ¡y el nihilismo niega precisamente que haya NADA que esté "moralmente bien", incluido eso; ver La nada nadea, pg. 201). También se le ha pasado a David leerse los muchos párrafos de mi libro donde se combate esa falacia; me cito: "¿En qué se distingue un relativista de alguien que no lo es? Pues si tú eres un realista moral, la diferencia entre tú y yo no estribará necesariamente en qué cosas nos parecerán bien o mal a cada uno, sino sólo en el hecho de que tú posiblemente pensarás que yo estoy equivocado sobre los asuntos morales en los que no estamos de acuerdo, mientras que yo no pienso que tú «estés equivocado» por tener algunas preferencias morales distintas de las mías. Y no porque yo crea que lo que piensas tú está «igual de bien» que lo que pienso yo (¡pues obviamente lo que pienso es justo lo contrario!), sino porque yo creo (al contrario que tú) que nuestra diferencia de opiniones en materia moral no es una diferencia que deba interpretarse en términos de «tener razón» o «estar equivocado»." (p. 202). O también "En definitiva, aceptar el relativismo ético no te obliga en absoluto a dejar de tener las opiniones morales o la escala de valores que ya tuvieras antes de hacerte relativista, ni te obliga a quitarle ni una pizca de importancia, por ejemplo, a las brutales violaciones de derechos humanos que por desgracia ocurren tan a menudo en muchas partes del mundo".

Relacionado con esto está la cuestión de presentar la posición del nihilista-relativista como si lo que afirmase fuera que los juicios morales son "una mera cuestión de preferencias": es verdad que en cierto sentido lo son (tus preferencias musicales habrían sido muy distintas a las que tienes ahora si hubieras nacido hace mil años, y tus opiniones morales también), pero hay también un sentido en el que las opiniones y valoraciones morales no son "meras preferencias", algo que mis esfuerzos por explicar en el libro no debieron ser suficientes como para lograr que David prestara la debida atención a las páginas pertinentes. Nuestros juicios morales son "preferencias" en el sentido de que son los que son, pero muy seguramente en otras circunstancias habrían sido distintos, y mucha gente tiene juicios morales distintos a los nuestros. Pero NO SON "MERAS PREFERENCIAS", si lo que entendemos con eso es que al hacer una valoración moral le estemos dando la misma importancia que a otras cosas que consideramos "meras preferencias"
. Todo lo contrario, lo característico de las valoraciones morales es que se nos presentan subjetivamente, o sea, nos dan una fortísima impresión, de que lo que nos dicen es muchísimo más importante que aquellas cosas sobre las que nos parece normal que unos prefieran unas cosas y otros prefieran otras. La cuestión es que, para el relativista, esta importancia no hay por qué asumir que es la que es "porque las cosas son intrínsecamente así de importantes", sino que es, de nuevo, un mero mecanismo psicológico que nos empuja a obedecer (aunque sea a regañadientes y de mala gana) lo que dicen nuestros juicios morales, en vez de lo que dicen nuestras "otras" preferencias (culinarias, musicales, etc.). Es lo que explico en el libro al decir que las motivaciones morales tienen "muy alta jerarquía" (psicológicamente hablando).

En definitiva, a un nihilista como yo, lo más probable es que las cosas que le parezcan bien o mal en sentido ético, o que le parezcan moralmente importantes, sean en su gran mayoría las mismas, y exactamente con el mismo nivel de importancia y de motivación para intentar que el mundo se ajuste a ellas, que a un realista moral como David. A él no le parece peor la violación de lo que me lo parece a mí. Él no estará, seguramente, dispuesto a hacer más cosas para evitar una injusticia que las que estoy dispuesto a hacer yo (aunque quizás no coincidamos en cuáles son las peores injusticias, ni en cómo resolverlas, pero esa es otra cuestión, en la que podríamos estar todavía más en desacuerdo aunque ambos coincidiéramos en la tesis de que "lo que te tiene que parecer mal es lo que está realmente mal"). El debate entre el nihilismo y el realismo moral no es un debate sobre qué cosas nos parecen bien o mal, o sobre cuánto de bien o mal nos lo parecen: es solo un debate sobre en qué consiste que algo nos parezca moralmente bien o mal, y en qué consiste que nos parezca tan bien o tan mal que consideremos prioritario hacerlo o evitarlo. Es un debate, digamos, "de salón", del que no se deriva en modo alguno la consecuencia de que "si triunfa el nihilismo, entonces a la gente le dará igual la ética y se comportarán como unos salvajes depravados". En realidad, el nihilismo en este sentido nunca ha triunfado, sino que la humanidad ha estado y sigue estando llena de realistas morales, de gente que piensa que las cosas que le parecen bien o mal es porque están objetivamente bien o mal... y ese realismo moral no ha impedido que la gente se lleve comportando por milenios como unos salvajes depravados. Con muchísima mayor frecuencia que lo contrario, los peores crímenes que se han cometido a lo largo de la historia, y que se siguen cometiendo, no se han cometido porque sus perpetradores fueran "nihilistas" (en el sentido técnico de negar la objetividad de los valores morales), sino más bien porque estaban profundísima e intensísimamente convencidos de que tenían la razón moral de su parte, de que las atrocidades que estaban cometiendo era lo que objetivamente debían hacer. Si David estuviese dispuesto a bajar por un instante de su púlpito, y a reconocer el hecho (plenamente objetivo) de que el convencimiento vehemente en la verdad de los propios juicios morales ha sido uno de los mecanismos causales responsables de gran parte de la maldad y la injusticia en todas las épocas de la historia, quizás empezase a ver con un poco más de simpatía a ese nihilismo que invita a que la humanidad en su conjunto no se deje llevar por esa ilusión ética.

Termino señalando algunos otros casos de profunda incomprensión de mis argumentos por parte de David. Por ejemplo, a David le parece extraño que a mí no me parezca irracional participar en debates morales, como si la ÚNICA forma de participar en un debate moral fuese suponiendo que el realismo moral es correcto. Pero explico lo contrario con suficiente claridad; por ejemplo: "Esto tampoco significa que los debates y razonamientos éticos no tengan ninguna utilidad. Normalmente, la razón por la que debatimos sobre si algo está bien o está mal es para intentar convencer a otras personas de que acepten un juicio ético que nosotros aceptamos y ellos no. Pero, para hacer esto, no es en absoluto necesario demostrarles que ese juicio ético es una verdad objetiva y universal, sino que basta con persuadirlos de que ese juicio ético se deriva de otros juicios morales que ellos aceptan ya (por ejemplo, convenciéndolos de que el derecho al aborto es una consecuencia necesaria de aceptar el derecho de las mujeres a la autonomía personal)" (pg. 220). También dice que le "enternece" mi argumento sobre unos posibles alienígenas que fuesen tan incapaces de comprender nuestro sentido musical y nuestro sentido moral, dando por presupuesto que la moral "tiene hechuras humanas". En esto último no podemos estar más de acuerdo: las valoraciones morales que hacemos los humanos (muy diferentes unas de otras) son las que son precisamente porque somos humanos y hemos evolucionado de cierta manera. Pero esto no quiere decir que haya una "ética humana correcta", sino más bien que puede haber "muchas éticas humanas incompatibles entre sí" (aunque con algún que otro parecido de familia), y que no hay ninguna base objetiva para elegir moralmente entre ellas. Y, por supuesto, que la idea (kantiana, platónica) de que el bien moral es algo objetivo y unívoco al alcance de cualquier ser racional (sea humano o no) es una quimera. Pero bienvenido sea David a pensar que el imperativo moral kantiano es una enternecedora fantasía.
Tampoco es necesario dar demasiada importancia (teórica) a la conjetura de que hay algo así como una "experiencia (ética) humana universal". Seguramente la conjetura es aproximadamente verdadera, salvo que entremos en demasiados detalles, pero incluso admitiendo el hecho de que fuese más o menos correcta (es decir, que hay cosas que en todas las sociedades han tendido a parecer mal o bien), solo quiere decir que existe el hecho natural de que las valoraciones humanas sobre ciertas cosas son como son (y que probablemente ello se deba -o a veces no- a que las consecuencias de adoptar tales valoraciones han contribuido a la estabilidad social o algo así), pero no quiere decir, no implica, que esas valoraciones sean objetivamente correctas desde el punto de vista moral, sino tan solo que es improbable que la gran mayoría de la gente escape de hacer valoraciones parecidas (y por lo tanto, no implica que quienes sucede que poseen valoraciones morales diferentes no es que sean "intrínsecamente malvados", sino que, por una evolución genética o histórica peculiar, han terminado teniendo otras valoraciones distintas a las de la mayoría). Es decir, de nuevo, la mayoría de los nihilistas estamos exactamente igual de contentos que David con valorar las cosas según esa "experiencia humana universal" por la que a David se le cae la baba (y a nosotros igual). Lo único que añadimos es que la razón por la que nos parece así de bien no tiene por qué ser el imaginario hecho de que eso esté "objetivamente bien". Quizás resulte que, como concluye diciendo David, "el nihilismo no es la causa de todos nuestros males; pero es una excusa poderosísima para los egoístas extremos y los inmorales", pero tendrán que pasar muchos miles de años para que los efectos de aplicar dicha excusa lleguen a ser ni una pizca de terribles de como lo han sido los efectos de la mucho más vieja excusa contraria: la de que uno está en posesión de la verdad moral, y esa verdad le permite cometer las tropelías más aterradoras.


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