Aquí,
y aquí.
.
Cuando tenemos que tomar una decisión, muy frecuentemente pesan más nuestras emociones que las "razones objetivas". En el marco de la política (pero puede aplicarse a casi cualquier otro ámbito), esas emociones podemos resumirlas, simplificando un poco, en el grado de simpatía o antipatía que sientes hacia ciertas opciones, individuos o grupos sociales. Necesitamos razones tanto más fuertes para tomar una decisión "contraria a nuestras emociones", cuanto más contraria sea. Y viceversa, nos conformamos con razones mucho más débiles para tomar una decisión que sea "favorable a nuestras emociones", y tanto más débiles cuanto más favorable sea.
.
Podemos representar gráficamente esta situación imaginando que nuestra decisión depende de hacia cuál de los dos platillos se incline una balanza. En un platillo están las pesas que representan: 1) las razones a favor de la decisión, y 2) el grado de simpatía que experimentamos hacia las personas que van a beneficiarse si la tomamos, o que nos están pidiendo tomarla. En el otro platillo están: 1) las razones en contra, y 2) el grado de antipatía que sentimos hacia esas mismas personas. (Por cierto: igual que podemos tener tanto razones a favor como razones en contra de algo o alguien, también podemos sentir tanto simpatía como antipatía, pues habrá aspectos, hechos o datos de esa cosa o persona que nos generarán antipatía, y aspectos que nos generarán simpatía).
.
El problema (si esto no fuera problema suficiente) es que, además de esta influencia "directa" de nuestras emociones sobre nuestras decisiones y sobre nuestros razonamientos, hay también una influencia indirecta de las razones sobre las emociones (y quizás también al revés, por el sesgo de confirmación, el sesgo "qué hay de lo mío", o mecanismos psicológicos similares): esto quiere decir simplemente que, a menudo, las propias razones que aducimos o que nos presentan, no tienen solo (y ni siquiera principalmente) el objetivo de convertirse en "razones objetivas", sino que son estrategias retóricas para despertar en nosotros un mayor grado de simpatía o de antipatía hacia las personas relevantes, o para recordarnos lo cojonudas o espantosas que nos parecían ya (aunque no nos acordásemos mucho).
.
Además, las emociones tienen una inercia psicológica mucho mayor que las razones, en el sentido de que una razón a favor es relativamente fácil contrapesarla con una razón en contra (y viceversa), mientras que, una vez que se ha conseguido que alguien nos caiga como el culo, es ya mucho más difícil revertir esa emoción, por muchas razones favorables que se nos den (y viceversa).
.
Por cierto, en las entradas que enlazo al principio no hay mucho sobre esto; más bien hablo de otros aspectos de la ideología (aunque de esto también).