La política existe porque la verdad no es relativa, es decir, porque cada persona quiere que el mundo sea de modo distinto a como quieren otros, y el mundo no puede ser como quiera cada uno, sino sólo de una manera. Si la verdad fuera relativa, no haría falta aprobar leyes. Si tú quieres que el aborto esté permitido y otro quiere que esté prohibido, entonces, si la verdad fuese como a cada uno le parece, bastaría con que tú creyeras firmemente que está permitido y el otro creyera que está prohibido; tú vivirías feliz en un mundo con aborto libre, y tu vecino lo haría en un mundo sin aborto. Por desgracia, todos sabemos que no es así de fácil: o bien el aborto se permite, o bien se castiga. Unos ganan y otros pierden. Por eso hay política: porque sobre cómo queremos que sea el mundo no basta con desear, sino que hay que elegir, y, salvo que tengamos una dictadura absolutista, hay que elegir de modo colectivo, teniendo en cuenta los deseos, preferencias y opiniones de más de uno.
El proceso de transformar los múltiples deseos, preferencias y opiniones de muchos individuos en una única decisión sobre cuáles van a ser las leyes vigentes, eso es la política, ni más ni menos.
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La idea central del concepto de
democracia es, a priori, muy sencilla: que en ese proceso de aprobación de las leyes
la opinión de cada individuo cuente lo máximo posible. Por desgracia, sabemos desde hace tiempo, no sólo que este ideal es difícil de llevar a la práctica, sino que considerado hasta sus últimas consecuencias es lógicamente imposible (véase el
teorema de Arrow). No voy a entrar, de todas formas, en tecnicismos matemáticos y filosóficos demasiado profundos, y me limitaré a comentar un problema que mucha gente parece tener con la comprensión de los mecanismos de representación democrática. En particular, voy a intentar convenceros de que dos características que muchos piensan que serían de un modo u otro "ideales" en los sistemas democráticos, son en realidad mutuamente contradictorias. Se trata de estas dos ideas:
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A) Lo más democrático es la participación directa: que todas las leyes se aprueben mediante referéndum.
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B) En caso de que optemos por una democracia representativa, lo más democrático es la representación absolutamente proporcional.
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Pues bien, mi tesis es que, como digo, A y B se contradicen entre sí, o más exactamente: las razones por las que la gente suele pensar que A es lo ideal, contradicen las razones por las que esa misma gente suele pensar que B es lo segundo mejor después del ideal. Veámoslo.
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En los sistemas no totalmente proporcionales (el que tenemos en España, por ejemplo),
el porcentaje de escaños que obtiene un partido puede ser diferente del porcentaje de votos que le han dado los ciudadanos. En concreto, lo que suele ocurrir es que los partidos que obtienen más votos obtienen un porcentaje de escaños
mayor que su porción de votos, y al revés; incluso muchos partidos no obtienen
ningún escaño a pesar de haber obtenido un número de escaños no despreciable. A mucha gente le da la impresión de que esto es "injusto", y la razón que dan (aparte de la mera
ilusión cognitiva de que la proporcionalidad estricta tiene algo de "intrínsecamente justo"), es que un sistema no totalmente proporcional "hace que algunos votos valgan más que otros".
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Ahora bien, ¿qué pasa con la opción A, la de la "democracia directa"? Pues lo que pasa es, ni más ni menos, que en ese sistema, cada vez que se vota una ley,
todos los votos de los ciudadanos que han votado en contra de la opción ganadora terminan "no valiendo nada", incluso aunque sean un 49,99% del total. Si la ley sobre el aborto se aprobase por referéndum y yo votase a favor de su legalización, pero ganase la opción prohibicionista, entonces mi voto, y con él mi opinión, "no valdría nada", es decir, no habría conseguido tener
ninguna influencia en la ley que se ha aprobado. Esto es
exactamente lo mismo que sucede si voto a un partido que no obtiene el número suficiente de votos para obtener representación en el parlamento: en este caso, mi opinión sobre todo un paquete de temas (en vez de sólo sobre una ley en concreto), opinión supuestamente representada por el partido al que he votado, tendrá nula influencia en el proceso de elaboración y aprobación de las leyes en el parlamento.
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Es decir, la razón por la que a menudo se piensa que es "mala" la democracia representativa no-proporcional tendría que ser, si realmente uno la aceptase hasta sus últimas consecuencias, una razón para aceptar que la democracia directa también es "mala" (pues
ambas hacen que haya votos que "no valgan nada").
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Esta contradicción se deriva (aparte del
fetichismo de la proporcionalidad aritmética) de una
concepción ingenua de en qué consiste la política, y en concreto, de cuál es la función de los votos y de los parlamentos. Creo que no es mala cosa contribuir a deshacer este error tan común. El error consiste en que, según el modelo mental de "democracia", ingenuo y supersimplificado, que mucha gente tiene en la cabeza, l
os únicos elementos relevantes serían las opiniones idiosincráticas de cada individuo, y su agregación mediante la regla de la mayoría; todo lo demás serían "fricciones" que impedirían cumplir el "ideal" de la democracia directa, igual que el rozamiento impediría aprovechar al máximo la velocidad de los vehículos (cuando la verdad es que nuestros coches pueden circular
gracias al rozamiento). Esto es un error, como digo, porque
la principal función de los procesos democráticos no es representar las opiniones de los individuos lo mejor posible, sino elegir leyes que puedan ser aceptables para el mayor número posible de individuos, incluso aunque esas leyes no sean las favoritas de ningún individuo.
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Dicho de otra manera:
los procedimientos democráticos no son fundamentalmente procesos de representación, sino procesos de negociación. La representación, en el mejor de los casos, no es la finalidad de la democracia, sino una de sus herramientas con las que conseguir su auténtico objetivo, a saber, el
que las leyes vigentes en una sociedad tengan el mayor grado de consenso posible.
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Dije al principio que existe la política porque, por desgracia, la verdad no puede ser más que de una manera (al menos en muchos temas importantes), y que sobre muchas cosas los individuos tenían opiniones y deseos mutuamente enfrentados. Ahora bien, es importante darse cuenta de que tus preferencias no sólo dicen cuál es, por ejemplo,
la mejor ley posible para ti sobre el aborto, o sobre las pensiones, o sobre el sistema educativo, etc. También dicen qué opciones sobre cada una de estas cosas te parecen
mejor o peor, qué opciones te parecen
aceptables aunque no ideales, y qué opciones te parecen
inaceptables aunque no sean la peor de todas. Puesto que las leyes van a estar vigentes para todos los miembros de la sociedad (o eso, al menos, se supone en una democracia), lo que hace de la política un arte extremadamente difícil y extraordinariamente necesario es que hace falta ser capaz de encontrar propuestas legales que, aunque no sean las mejores posibles desde el punto de vista idiosincrático de casi ningún individuo, sean aceptables para una cantidad de personas lo bastante grande. Es decir,
el arte de la política es el arte de negociar: saber a qué se puede renunciar a cambio de qué, con quién se puede contar para ganar un aliado en cierto tema a cambio de conceder alejarte de tu óptimo en otro tema
. Es por eso, sobre todo, por lo que existen los
parlamentos, no, sobre todo, para "representar" a los votantes en el sentido de "hacer que se escuchen sus opiniones", sino para "representarlos" en el sentido de ser sus
agentes, de haber recibido de ellos
la capacidad para negociar con otros representantes cuáles van a ser las leyes que el parlamento apruebe.
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Por eso los sistemas no-totalmente-proporcionales no son tan malos: primero, porque
hacen la negociación más fácil al reducir el número de "agentes" que deben ponerse de acuerdo; segundo, y tal vez más importante, porque fomentan que la negociación (o sea,
la formación de "paquetes de propuestas" que tal vez no coincidan con las favoritas de ninguna persona en particular, pero que son lo bastante satisfactorias para un conjunto relativamente grande de individuos)
se lleve a cabo desde antes de las elecciones. Un partido político no es, en definitiva, más que una máquina de elaborar tales "paquetes de propuestas", e incluso aunque no acuda a las elecciones "aliado" con otros partidos, él no deja de ser una "alianza" de varias, o muchas, personas o grupos o tendencias. Pero los sistemas-no-totalmente-proporcionales incentivan incluso que los partidos pequeños se unan, pues obtendrán un total de escaños mayor si todos sus votos se suman, que la suma de los que habrían obtenido por separado. Estos sistemas, por lo tanto, propician que los partidos lleguen al parlamento
con parte de los deberes hechos, es decir, con propuestas que no sean excesivamente idiosincráticas sino que resulten satisfactorias ya para un número significativo de personas.
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El mito de la democracia directa (entendido como un simple método automático para transformar opiniones en leyes mediante la regla de la mayoría, y no como un proceso de negociación en particular), y el de la representación-absolutamente-proporcional, nos llevarían, en realidad, a una sociedad secuestrada por el radicalismo; no necesariamente por el radicalismo de izquierdas o de derechas, sino por el radicalismo de la idiosincrasia personal, en el que uno se encabezona en sus ideas (sean éstas las que sean) y simplemente vota en contra de todo lo que no coincida con su opinión. La democracia, si es algo de valor, consiste justo en ayudarnos a superar ese radicalismo de las idiosincrasias.