martes, 31 de marzo de 2015

Aproximación científica a Jesús de Nazaret (entrevista en "A hombros de gigantes")

Esta pasada noche se ha emitido en "A hombros de gigantes", de Radio Nacional, la entrevista que me han hecho sobre lo que la ciencia puede afirmar o rechazar sobre la vida y la muerte de Jesús de Nazaret. También hablamos un poco sobre Regalo de Reyes.
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Podéis oir la entrevista en este enlace.

martes, 24 de marzo de 2015

Cuando me aburro, a veces

Cuando me aburro, a veces
recito de memoria algún poema,
siempre los mismos,
tampoco me sé tantos
-Quevedo, Lope, Góngora,
Garcilaso, Machado,
y para de contar-.
Es divertido porque puedes
hacerlo mentalmente, en la cola del súper, por ejemplo.
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Si voy en coche conduciendo solo
a veces también canto,
una y otra vez las mismas canciones,
con pocas variaciones,
casi me da vergüenza decir cuáles
-Sabina, Nat King Cole,
Serrat, Los Panchos,
Carlos Gardel, María
Dolores Pradera, Machín, y para de contar;
bueno, sí, de vez en cuando un poco de zarzuela-.
También a veces en la ducha canto
si no hay nadie en mi casa,
y también cuando paso
el suelo con el aspirador; ya veis, para cantar yo necesito el ruido.
Últimamente me he descubierto muchas veces
cantando al Dúo Dinámico (sólo Resistiré, no penséis mal).
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Pero lo que más he hecho desde siempre,
a menudo sin ni siquiera darme cuenta,
es silbar, y silbar se me da
bastante bien, no creas
-música clásica la mayor parte de las veces, claro:
Mozart, Beethoven, Schubert,
mucho, mucho Tchaikovsky,
con Bach ya casi no me atrevo,
y a Vivaldi lo tengo abandonado
aunque fue compañero muchas horas-.
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Y pienso, a veces, dentro de cien años,
o doscientos, o mil,
¿qué poesías recitará la gente sin decirlas
cuando se aburra,
qué cantará, qué silbará? ¿A los melendis de la edad futura?
¿Algún poeta de mis contemporáneos
tendrá una vida efímera en la cola de un súper de dentro de tres siglos,
como hace pocos días tuvo Machado en donde yo compraba?

lunes, 23 de marzo de 2015

La democracia y el mito de la representación proporcional



La política existe porque la verdad no es relativa, es decir, porque cada persona quiere que el mundo sea de modo distinto a como quieren otros, y el mundo no puede ser como quiera cada uno, sino sólo de una manera. Si la verdad fuera relativa, no haría falta aprobar leyes. Si tú quieres que el aborto esté permitido y otro quiere que esté prohibido, entonces, si la verdad fuese como a cada uno le parece, bastaría con que tú creyeras firmemente que está permitido y el otro creyera que está prohibido; tú vivirías feliz en un mundo con aborto libre, y tu vecino lo haría en un mundo sin aborto. Por desgracia, todos sabemos que no es así de fácil: o bien el aborto se permite, o bien se castiga. Unos ganan y otros pierden. Por eso hay política: porque sobre cómo queremos que sea el mundo no basta con desear, sino que hay que elegir, y, salvo que tengamos una dictadura absolutista, hay que elegir de modo colectivo, teniendo en cuenta los deseos, preferencias y opiniones de más de uno. El proceso de transformar los múltiples deseos, preferencias y opiniones de muchos individuos en una única decisión sobre cuáles van a ser las leyes vigentes, eso es la política, ni más ni menos.
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La idea central del concepto de democracia es, a priori, muy sencilla: que en ese proceso de aprobación de las leyes la opinión de cada individuo cuente lo máximo posible. Por desgracia, sabemos desde hace tiempo, no sólo que este ideal es difícil de llevar a la práctica, sino que considerado hasta sus últimas consecuencias es lógicamente imposible (véase el teorema de Arrow). No voy a entrar, de todas formas, en tecnicismos matemáticos y filosóficos demasiado profundos, y me limitaré a comentar un problema que mucha gente parece tener con la comprensión de los mecanismos de representación democrática. En particular, voy a intentar convenceros de que dos características que muchos piensan que serían de un modo u otro "ideales" en los sistemas democráticos, son en realidad mutuamente contradictorias. Se trata de estas dos ideas:
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A) Lo más democrático es la participación directa: que todas las leyes se aprueben mediante referéndum.
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B) En caso de que optemos por una democracia representativa, lo más democrático es la representación absolutamente proporcional.
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Pues bien, mi tesis es que, como digo, A y B se contradicen entre sí, o más exactamente: las razones por las que la gente suele pensar que A es lo ideal, contradicen las razones por las que esa misma gente suele pensar que B es lo segundo mejor después del ideal. Veámoslo.
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En los sistemas no totalmente proporcionales (el que tenemos en España, por ejemplo), el porcentaje de escaños que obtiene un partido puede ser diferente del porcentaje de votos que le han dado los ciudadanos. En concreto, lo que suele ocurrir es que los partidos que obtienen más votos obtienen un porcentaje de escaños mayor que su porción de votos, y al revés; incluso muchos partidos no obtienen ningún escaño a pesar de haber obtenido un número de escaños no despreciable. A mucha gente le da la impresión de que esto es "injusto", y la razón que dan (aparte de la mera ilusión cognitiva de que la proporcionalidad estricta tiene algo de "intrínsecamente justo"), es que un sistema no totalmente proporcional "hace que algunos votos valgan más que otros".
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Ahora bien, ¿qué pasa con la opción A, la de la "democracia directa"? Pues lo que pasa es, ni más ni menos, que en ese sistema, cada vez que se vota una ley, todos los votos de los ciudadanos que han votado en contra de la opción ganadora terminan "no valiendo nada", incluso aunque sean un 49,99% del total. Si la ley sobre el aborto se aprobase por referéndum y yo votase a favor de su legalización, pero ganase la opción prohibicionista, entonces mi voto, y con él mi opinión, "no valdría nada", es decir, no habría conseguido tener ninguna influencia en la ley que se ha aprobado. Esto es exactamente lo mismo que sucede si voto a un partido que no obtiene el número suficiente de votos para obtener representación en el parlamento: en este caso, mi opinión sobre todo un paquete de temas (en vez de sólo sobre una ley en concreto), opinión supuestamente representada por el partido al que he votado, tendrá nula influencia en el proceso de elaboración y aprobación de las leyes en el parlamento.
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Es decir, la razón por la que a menudo se piensa que es "mala" la democracia representativa no-proporcional tendría que ser, si realmente uno la aceptase hasta sus últimas consecuencias, una razón para aceptar que la democracia directa también es "mala" (pues ambas hacen que haya votos que "no valgan nada").
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Esta contradicción se deriva (aparte del fetichismo de la proporcionalidad aritmética) de una concepción ingenua de en qué consiste la política, y en concreto, de cuál es la función de los votos y de los parlamentos. Creo que no es mala cosa contribuir a deshacer este error tan común. El error consiste en que, según el modelo mental de "democracia", ingenuo y supersimplificado, que mucha gente tiene en la cabeza, los únicos elementos relevantes serían las opiniones idiosincráticas de cada individuo, y su agregación mediante la regla de la mayoría; todo lo demás serían "fricciones" que impedirían cumplir el "ideal" de la democracia directa, igual que el rozamiento impediría aprovechar al máximo la velocidad de los vehículos (cuando la verdad es que nuestros coches pueden circular gracias al rozamiento). Esto es un error, como digo, porque la principal función de los procesos democráticos no es representar las opiniones de los individuos lo mejor posible, sino elegir leyes que puedan ser aceptables para el mayor número posible de individuos, incluso aunque esas leyes no sean las favoritas de ningún individuo.
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Dicho de otra manera: los procedimientos democráticos no son fundamentalmente procesos de representación, sino procesos de negociación. La representación, en el mejor de los casos, no es la finalidad de la democracia, sino una de sus herramientas con las que conseguir su auténtico objetivo, a saber, el que las leyes vigentes en una sociedad tengan el mayor grado de consenso posible.
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Dije al principio que existe la política porque, por desgracia, la verdad no puede ser más que de una manera (al menos en muchos temas importantes), y que sobre muchas cosas los individuos tenían opiniones y deseos mutuamente enfrentados. Ahora bien, es importante darse cuenta de que tus preferencias no sólo dicen cuál es, por ejemplo, la mejor ley posible para ti sobre el aborto, o sobre las pensiones, o sobre el sistema educativo, etc. También dicen qué opciones sobre cada una de estas cosas te parecen mejor o peor, qué opciones te parecen aceptables aunque no ideales, y qué opciones te parecen inaceptables aunque no sean la peor de todas. Puesto que las leyes van a estar vigentes para todos los miembros de la sociedad (o eso, al menos, se supone en una democracia), lo que hace de la política un arte extremadamente difícil y extraordinariamente necesario es que hace falta ser capaz de encontrar propuestas legales que, aunque no sean las mejores posibles desde el punto de vista idiosincrático de casi ningún individuo, sean aceptables para una cantidad de personas lo bastante grande. Es decir, el arte de la política es el arte de negociar: saber a qué se puede renunciar a cambio de qué, con quién se puede contar para ganar un aliado en cierto tema a cambio de conceder alejarte de tu óptimo en otro tema. Es por eso, sobre todo, por lo que existen los parlamentos, no, sobre todo, para "representar" a los votantes en el sentido de "hacer que se escuchen sus opiniones", sino para "representarlos" en el sentido de ser sus agentes, de haber recibido de ellos la capacidad para negociar con otros representantes cuáles van a ser las leyes que el parlamento apruebe.
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Por eso los sistemas no-totalmente-proporcionales no son tan malos: primero, porque hacen la negociación más fácil al reducir el número de "agentes" que deben ponerse de acuerdo; segundo, y tal vez más importante, porque fomentan que la negociación (o sea, la formación de "paquetes de propuestas" que tal vez no coincidan con las favoritas de ninguna persona en particular,  pero que son lo bastante satisfactorias para un conjunto relativamente grande de individuos) se lleve a cabo desde antes de las elecciones. Un partido político no es, en definitiva, más que una máquina de elaborar tales "paquetes de propuestas", e incluso aunque no acuda a las elecciones "aliado" con otros partidos, él no deja de ser una "alianza" de varias, o muchas, personas o grupos o tendencias. Pero los sistemas-no-totalmente-proporcionales incentivan incluso que los partidos pequeños se unan, pues obtendrán un total de escaños mayor si todos sus votos se suman, que la suma de los que habrían obtenido por separado. Estos sistemas, por lo tanto, propician que los partidos lleguen al parlamento con parte de los deberes hechos, es decir, con propuestas que no sean excesivamente idiosincráticas sino que resulten satisfactorias ya para un número significativo de personas.
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El mito de la democracia directa (entendido como un simple método automático para transformar opiniones en leyes mediante la regla de la mayoría, y no como un proceso de negociación en particular), y el de la representación-absolutamente-proporcional, nos llevarían, en realidad, a una sociedad secuestrada por el radicalismo; no necesariamente por el radicalismo de izquierdas o de derechas, sino por el radicalismo de la idiosincrasia personal, en el que uno se encabezona en sus ideas (sean éstas las que sean) y simplemente vota en contra de todo lo que no coincida con su opinión. La democracia, si es algo de valor, consiste justo en ayudarnos a superar ese radicalismo de las idiosincrasias.

lunes, 9 de marzo de 2015

Sobre formatos de lectura

Ahora que falta un día para que salga la edición en papel de Regalo de Reyes, y como soy un bocazas, no tenía otra cosa que hacer más que escribir un panegírico de la lectura electrónica en un comentario del blog de Daniel Heredia. Os lo copio aquí:
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Yo empecé con la experiencia del libro electrónico hace algo más de cinco años con un primitivísimo Papyre, al que un año después sustituí por un Kindle de gran formato que, hasta ahora, es el que me ha resultado más cómodo para leer, aunque lo cierto es que desde hace dos o tres años casi todo lo leo en un ipad.
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Aparte de la facilidad para almacenar centenares o miles de obras (que en casa, la verdad, ya no tendría dónde meterlas sin caer en el síndrome de Diógenes bibliológico), la tableta permite leer los pdf (que es casi todo lo que leo por trabajo) con gran comodidad, además de poder trabajar con ellos (marcar, subrayar, buscar palabras, enviar enlaces, consultar diccionarios u otra información en internet, etc.), y asímismo los epub (que es casi todo lo que leo por placer) tienen en el ipad un formato de lectura muy cómodo gracias al programa ibooks (puedes ajustar el tamaño y tipo de letra, usar visión nocturna para que no deslumbre demasiado, y por supuesto, también anotar, subrayar, buscar, comentar en redes sociales, etc., etc.). Por supuesto, de vez en cuando leo algún libro en papel, pero reconozco que ahora me resultan incómodos por el peso los que son un poco grandes, y también por la posición en que tengo que cogerlos para leer tumbado en la cama o en el sofá, y no menos importante, porque el tacto del papel (salvo el satinado) me ha dado muchísima dentera desde que era pequeño, aunque me había tenido que acostumbrar (qué remedio), pero ahora la falta de costumbre de tocar el papel hace que vuelva a experimentar esa sensación tan desagradable cuando paso las páginas de un libro.
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Lo peor de la lectura en la tableta, a mi juicio, es que fomenta descaradamente la distracción, pues tienes a un click cosas como el correo, tuiter, páginas de internet y juegos, pero, en fin, me consuelo pensando que eso le da más mérito a las horas pasadas en la lectura (y sigo leyendo una media de dos libros a la semana). También es cierto que los ojos se cansan más que con un libro de papel (salvo que éste tenga la letra muy pequeña) o con un e-reader, pero, qué demonios, exactamente lo mismo decían de la lectura en papel, ¿o es que no os acordáis?, y seguramente tenían razón (la miopía está muy relacionada estadísticamente con el tiempo que se pasa leyendo de joven, por lo visto).